«El mandato del Señor de salir a anunciar el Evangelio –afirma el Papa– presiona desde dentro, por enamoramiento, por atracción amorosa». El Espíritu Santo está en el corazón del proceso. No se trata de todas formas de una «decisión tomada en el escritorio» o en nombre de «un activismo autoinducido», sino algo que requiere «entregar con palabras sobrias y precisas el testimonio mismo de Cristo».

lunes, 22 de abril de 2019

DIA DE LA TIERRA

El Papa BenedictoXVI nos propuso reconocer que el ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable. También el ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas se deben en el fondo al mismo mal, es decir, a la idea de que no existen verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana no tiene límites. Se olvida que «el hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza». Con paternal preocupación, nos invitó a tomar conciencia de que la creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros mismos» (Laudato si Nº6)

domingo, 21 de abril de 2019

INDULGENCIA PLENARIA


Durante la Semana Santa pudimos obtener para nosotros mismos o para los difuntos el don de la indulgencia plenaria.

Una indulgencia plenaria es una gracia que concede la Iglesia Católica, por los méritos de Jesucristo, María y todos los santos, para borrar la pena temporal que queda como consecuencia del pecado.

La indulgencia aplica a pecados ya perdonados. Se puede decir que con la indulgencia plenaria limpia el alma y la deja como si el fiel recién se hubiera bautizado.



Yo Soy la resurrección y la vida, el que cree en mi aunque esté muerto vivirá. (Jn 11, 25-27)


Nosotros hoy, queremos contemplar con fe el testimonio inalterado de la Iglesia, que desde la Ascensión del Señor cree y celebra al Resucitado en cada Misa, hasta que Él vuelva. El signo para nosotros (como para el discípulo amado), es la misma Iglesia, que a pesar de su debilidad y los defectos de sus miembros, permanece siempre estable a través de los siglos, para dar testimonio de la Palabra del Señor y llevar a todos los hombres la Buena Noticia de la Salvación. Este es el gran signo de que Jesús está vivo, pues de lo contrario el milagro viviente que es la misma Iglesia, no podría sostenerse. Se confirma así la Palabra de la Escritura: Jesucristo ha resucitado.
Y si analizamos nuestra propia vida, encontraremos también muchos signos, que nos ha dado el Espíritu Santo que recibimos en el Bautismo y viendo todo esto, queremos creer hoy aún más, crecer en la fe.

"Aceptemos al Señor y vivamos intensamente la Pascua que hoy inicia”, Card. Salazar


miércoles, 17 de abril de 2019

SEMANA SANTA

Es el momento litúrgico más intenso del año, en el que celebramos los misterios centrales de nuestra fe: pasión, muerte y gloriosa resurrección del Señor.


"El trono de Jesús es la cruz" (Papa Francisco)

Como LAICOS CONSAGRADOS DE ACCIÓN CATÓLICA, hemos de vivir la Semana Santa con humildad, sencillez y disponibilidad total, para acompañar a Jesús en su entrega por nuestra salvación y reconocer la grandeza de su misericordia.

Cuál será nuestro lugar en estos tiempos? Seremos como el pueblo de quien el Evangelio dice que «estaba mirando» (Lc 23,35): ninguno dice una palabra, ninguno se acerca. El pueblo esta lejos, observando qué sucede. Es el mismo pueblo que por sus propias necesidades se agolpaba entorno a Jesús, y ahora mantiene su distancia. Frente a las circunstancias de la vida o ante nuestras expectativas no cumplidas, también podemos tener la tentación de tomar distancia de la realeza de Jesús, de no aceptar totalmente el escándalo de su amor humilde, que inquieta nuestro «yo», que incomoda. Se prefiere permanecer en la ventana, estar a distancia, más bien que acercarse y hacerse próximo. Pero el pueblo santo, que tiene a Jesús como Rey, está llamado a seguir su camino de amor concreto; a preguntarse cada uno todos los días: «¿Qué me pide el amor? ¿A dónde me conduce? ¿Qué respuesta doy a Jesús con mi vida?».

Con cuál personaje nos identificaremos? Los jefes del pueblo, los soldados y un malhechor. Todos ellos se burlaban de Jesús. Le dirigen la misma provocación: «Sálvate a ti mismo» (Lc 23,35.37.39). Es una tentación peor que la del pueblo. Aquí tientan a Jesús, como lo hizo el diablo al comienzo del Evangelio (Lc 4,1-13), para que renuncie a reinar a la manera de Dios, pero que lo haga según la lógica del mundo: baje de la cruz y derrote a los enemigos. Si es Dios, que demuestre poder y superioridad. Esta tentación es un ataque directo al amor: «Sálvate a ti mismo»; no a los otros, sino a ti mismo. Prevalga el yo con su fuerza, con su gloria, con su éxito. Es la tentación más terrible, la primera y la última del Evangelio. Pero ante este ataque al propio modo de ser, Jesús no habla, no reacciona. No se defiende, no trata de convencer, no hace una apología de su realeza. Más bien sigue amando, perdona, vive el momento de la prueba según la voluntad del Padre, consciente de que el amor dará su fruto. Para acoger la realeza de Jesús, estamos llamados a luchar contra esta tentación, a fijar la mirada en el Crucificado, para ser cada vez más fieles. Cuántas veces en cambio, incluso entre nosotros, se buscan las seguridades gratificantes que ofrece el mundo. Cuántas veces hemos sido tentados a bajar de la cruz. La fuerza de atracción del poder y del éxito se presenta como un camino fácil y rápido para difundir el Evangelio, olvidando rápidamente el reino de Dios como obra.






En el Evangelio aparece otro personaje, más cercano a Jesús, el malhechor que le ruega diciendo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Esta persona, mirando simplemente a Jesús, creyó en su reino. Y no se encerró en sí mismo, sino que con sus errores, sus pecados y sus dificultades se dirigió a Jesús. Pidió ser recordado y experimentó la misericordia de Dios: «hoy estarás conmigo en el paraíso». Dios, a penas le damos la oportunidad, se acuerda de nosotros. Él está dispuesto a borrar por completo y para siempre el pecado, porque su memoria, no como la nuestra, olvida el mal realizado y no lleva cuenta de las ofensas sufridas. Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno de nosotros, sus hijos amados. Y cree que es siempre posible volver a comenzar, levantarse de nuevo.

Pidamos también nosotros el don de esta memoria abierta y viva. 
Pidamos la gracia de no cerrar nunca la puerta de la reconciliación y del perdón, sino de saber ir más allá del mal y de las divergencias, abriendo cualquier posible vía de esperanza. 
Como Dios cree en nosotros, infinitamente más allá de nuestros méritos, también nosotros estamos llamados a infundir esperanza y a dar oportunidad a los demás. Del costado traspasado del Resucitado brota hasta el fin de los tiempos la misericordia, la consolación y la esperanza.