La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925, quien quiso motivar a los católicos a reconocer en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey, él mismo lo dijo explícitamente en la Encíclica Quas Primas, su finalidad es de "Pedagogía Espiritual". Ante los avances del ateísmo y de la secularización de la sociedad, quería afirmar la soberana autoridad de Cristo sobre los hombres y las instituciones.
Pio XI |
A raíz de la Primera Guerra Mundial, en medio de la subida del comunismo en Rusia, y durante el 16º centenario del Concilio de Nicea (325), el Papa Pío XI instituyó la fiesta en su Encíclica Quas Primas de 1925, aunque su primera celebración tuvo lugar en el año de 1926, el último domingo de octubre, justo antes de la Fiesta de Todos los Santos – que, en 1926, cayó en un 31 de octubre.
En 1969, el Papa Pablo VI revisó la fiesta, dándole su nombre y fecha actual, con el título completo "Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo" y se trasladó hasta el último domingo del Año Litúrgico, luego del Concilio Vaticano II.
El Sacerdote Catalán José Gras y Granollers (1834-1918), fundador de las Hijas de Cristo Rey, celebró en la Parroquia de Santa María de Écija un triduo solemne a la Realeza de Cristo, siendo éste el primer culto público en el mundo que se realizó en honor a Cristo Rey. La Iglesia, ciertamente, no había esperado dicha fecha para celebrar el soberano señorío de Cristo: Epifanía, Pascua, Ascensión, son también fiestas de Cristo Rey.
Desde 1970 la Solemnidad de Cristo Rey se celebra el último domingo Per Amnum, es decir el quinto domingo anterior a la Navidad (25 de diciembre), por lo tanto, su fecha oscila entre los días 20 y 26 de noviembre. Desde el Vaticano II esta festividad cierra el año litúrgico.
¡Oh Jesús! Te reconozco por Rey Universal
Todo cuanto ha sido hecho Tú lo has creado
Ejerce sobre mí todos tus derechos
Renuevo las promesas de mi bautismo,
renunciado a Satanás, a sus seducciones
y a sus obras;
y prometo vivir como buen cristiano
Muy especialmente me comprometo a procurar,
según mis medios,
el triunfo de los derechos de Dios y de tu Iglesia
Divino Corazón de Jesús, te ofrezco
mis pobres obras
para conseguir que todos los corazones reconozcan tu sagrada realeza
y para que así se establezca en todo el mundo el Reino de tu Paz.
A LA LUZ DE LA PALABRA DE DIOS
A Jesús, sus discípulos le reconocieron como “Rey de Israel” (Jn 1,49) y las muchedumbres le aclamaron como rey (Mt 21,5; Lc 19,38; Jn 12,13), pero Él, sin rechazar el título, no se dejó llevar del entusiasmo del momento. Incluso, después de la multiplicación de los panes, escapó de la muchedumbre porque le querían hacer rey (Jn 6,15). Su entrada triunfal en Jerusalén, montado humildemente sobre un pollino, indica el cumplimiento de la profecía de Zacarías (Zac 9,9; Mt 21,5). Su centralidad en la creación y en la historia, como “alfa y omega” (Apo 1,8, Apo 1,2, Apo 1,12-13), siempre hacia el encuentro y glorificación definitiva de toda la humanidad, en la dinámica de “recapitular todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra” (Efe 1,10).
Su reino tiene un sentido más profundo. El anuncia un reino que ya está en medio de ellos (Mc 1,15), que está caracterizado por unos nuevos valores (Mt 5), que será plena realidad al final de los tiempos (en su venida definitiva, la “parusía“).
En su reino del más allá quiere que participen sus discípulos (Lc 22,29-30; Jn 14,3-4).
Él mismo, ante Pilato, ratificará este título "tú dices que yo soy rey", precisando que su reino “no es de este mundo” (Jn 18,35). El buen ladrón se encomienda a Jesús para que le introduzca en su reino (Lc 23,42). La misma cruz de Jesús es ya inicio de su glorificación, cuando “atraerá todo” hacia él (cfr. Jn 12,32). Su “humillación” en la cruz se convierte en “exaltación” y en objeto de alabanza por parte de todos (cfr. Flp 2,7-11).
Por ser el “Mesías“, Jesús es “ungido” como Sacerdote, Profeta y Rey. En Cristo Rey, Dios ha elegido a toda la humanidad para “arrancarnos del dominio de las tinieblas y trasladarnos al reino de su Hijo amado, de quien nos viene la liberación y el perdón de los pecados” (Col 1,13-14). Al final de los tiempos, en su venida definitiva y gloriosa, Jesús aparecerá como “el Señor de los señores” (Apo 17,14). Entonces “entregará el reino a Dios Padre” (1Co 15,24), haciendo partícipes de este reino a cuantos hayan creído en él y le hayan anunciado a los hermanos (cfr. Lc 22,29-30; Hch 1,6-8).
Es a partir de su glorificación (Resurrección y Ascensión) que Jesús se muestra como Rey del Universo (Efe 1,20-23; Col 1,18), anunciando su triunfo definitivo al final de los tiempos. No ha venido para construir reinos de poder, sino una familia de hermanos, que anticipen “los nuevos cielos y la nueva tierra donde reinará la justicia” y el amor (2Pe 3,13).
Cristo es “el Señor” (1Co 12,3), la “Cabeza” de su Cuerpo que es su Iglesia, su “complemento” (Efe 1,23), “Señor del universo y de la historia“. “El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones” (GS 45).
Cristo revela el sentido de la vida humana, de la humanidad entera y del cosmos, todo orientado hacia la verdad, el bien, la belleza en un existir indefectible, que sólo será posible después de la glorificación total, en el más allá. “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22). Cristo es Rey Universal; su reino es de “verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz”.
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